miércoles, 4 de febrero de 2015

Trece vidas de luna.





Se ponía dandole la espalda al jardín
y creció pensando que no existían las flores.

El frío se asustaba cuando ella llegaba y le daba besos en las manos.
Enterraba las flores boca abajo y contemplaba las espinas.
( Y no hablo de esas de tallo verde.)
Se pasaba horas.

Ella llovía por dentro y dibujaba en el barro.
Contaba los pasos que andaba la gente a su alrededor.
Estando coja.
Ella.

Cada vez que chasqueaba los dedos aparecía un corazón,
Rajado. Roto. Muy roto.
Con su sangre se hacía un chupito y decía creer estar borracha,
o querer estarlo, pero de alguien.

Nadie le dijo que de aquí a la luna hay trece vidas,
de trece gatos, negros. Que nunca fueron siete.

Que le hacía la cama al miedo para acurrucarlo en su pecho.
Y luego intentaba matarlo con la almohada en la que apoyaba su cabeza.

Tiene más de tres caras, más de seis vestidos de seis colores,
más de doce besos con distinto roce cada uno.
Pero no se decide y nunca repite nada que no sea lo primero.
Siempre el negro.
Siempre zurda.
Siempre pálida.

Cosedla.

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