jueves, 28 de mayo de 2015

El azul es el color más cálido.




No pensé que nadie pudiera darme tanto para luego esparcirlo por el aire,
no quiero pensar que esto es una carta de despedida, 
porque nunca he creído en los puntos y finales después de la frase más bonita del texto.
Me dejaste sin palabras antes de decirte mi nombre y balbucee el tuyo como 
si no pudiera entender nada que no fueras tú y tú.
Quedarme dormida en tu pecho fue la inicial de todos mis principios.
Ser la mota de polvo mecida por tu boca era mi parte favorita 
de la música que exhalabas al respirar.
Joder, estaría callándome lo evidente 
si no dijera que nadie baila como tú cuando quieres provocar sabiendo que lo haces y al mismo tiempo no sabiendo nada.
Vi tiritar a las copas cuando empezabas a lidiar con la bachata
y quería sumergirme en tus piernas infinitas de deseos.

Eras la primera cosa por la que me levantaba cada día,
eres por la primera cosa que me levanto cada día.

Seguía cada uno de tus pasos en dirección a cerrar la puerta de los pudores,
donde el sexo y tú erais un fin dandole vida a un principio de cuerpo,
a el inicio de mi cuerpo. Al principio de mi locura.

Ahora no estás y no creo en muerte más lenta que esta,
el vacío de tus manos ocupando mi cintura y mi cuello,
No hay grito que silencie los doce puñales en cada uno de los huecos de mí donde habitabas.

Este cuerpo más tuyo que mío,
esta sinrazón de no sentirte dentro de mí me está matando.
Devórame por favor, comete cada uno de mis recuerdos que me estoy muriendo.
Quema la hoja y vuelve a escribirme en una nueva que podamos manchar, pisar y romper otra vez.


“¿Siempre estoy divagando? Yo creo que sí, es imposible evitarlo. Las ideas se apoderan de mí. Soy mujer, y cuento mi historia. Pensad lo que os digo y veréis que en verdad no uso casi los privilegios que eso me aporta. Entre los jóvenes de los que atraigo las miradas hay uno en particular que yo misma distinguí y sobre el que mis ojos cayeron más voluntariosos que sobre los otros. Me encantaba verlo sin ser consciente del placer que me producía. Coqueteaba con otros y no lo hacía con él, se me olvidaba gustarle sólo quería observarle. Por lo visto cuando uno se enamora por primera vez comienza con esta inocencia. Puede que la dulzura de amar interrumpa el deseo de querer gustar. Este joven en cambio me examinaba de manera muy diferente a los otros, de forma más modesta y sin embargo más atenta. Sin embargo puedo asegurar que había algo más serio entre él y yo. Los demás aplaudían abiertamente mis encantos. Me parecía que a él no le eran indiferentes, al menos yo lo notaba algunas veces, pero tan confusamente que no podía decir lo que pensaba de él, y menos lo que pensaba él de mí. Al final salimos de allí, y recuerdo que salí lentamente, que ralentizaba mis pasos, que me arrepentía de dejar ese lugar y que me iba con un corazón al que le faltaba algo y que no sabía lo que era. Creo que él tampoco lo sabía. Puede que sea mucho decir porque al irme, giré varias veces la cabeza para ver una vez más al joven que dejaba atrás, pero no pensaba que me girara por él.”

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